Debemos confesar que escoger el narrador ha sido una pesadilla. Hemos pasado por todos y cada uno de ellos con la intención de que no se perdiera la voz de ninguna de las dos. Después de escoger uno en tercera persona, otro en primera, uno ficcional que narraba como omnisciente, preferimos dejarlo al carisellaso. A continuación el afortunado narrador, el que la sabia moneda eligió, contará nuestra experiencia con el vallenato. Sin embargo, debemos aclarar que trabajamos en equipo cada expresión:
Ya sabíamos que lo haríamos los tres, eso era lo único seguro. El tipo de música y el lugar lo escogeríamos después. Debatimos muchas veces sobre un género y el otro. A Daya como le gusta ahorrar tiempo, no puso tanto problema -Decidan y vamos- dijo. Yo por mi parte, insistí en ir a un lugar en el que medianamente pudiéramos pasarla bueno, es cierto que era una tarea, pero eso no significaba que tuviéramos que sentarnos varias horas a morir de aburrimiento.
Finalmente, la “mejor” opción fue el vallenato y por consejo del profe iríamos a La Puerta Dorada. Como ya no teníamos tiempo, no había marcha atrás, era eso o nada. Decidimos ir el sábado 6 de febrero, faltando tres semanas para entregar el trabajo, para que no nos cogiera la noche con eso. Pues pesé a que estábamos en época de trabajos finales, había que separarle un espaciesito al vallenato.
Sebas ese lunes antes de ir, dijo: -No voy. Yo casi lo mato, no esperé a que diera sus explicaciones y le dije con tono elevado que me parecía el colmo que faltando tan poco decidiera dejarnos tiradas. Daya optó por no decirle nada, pues con toda mi cantaleta fue más que suficiente. Y ahora, ¿Qué hacemos?, ir a un lugar así, de noche, solas. Entonces, se nos ocurrió la idea de invitar a más amigos, convinimos en esto y empezamos a preguntarle a nuestros compas a ver quién quería ir, pero para escuchar vallenato no encontramos mucho público la verdad.
Así que nos tocó acudir a los que nunca nos dejan morir, Brayan y Diana dijeron por fin que sí, que bueno, que allá nos veíamos el sábado.
Daya me contó que siendo sábado en la noche, cuando ya estaba lista para salir, se despidió de sus hijos, les dijo: -No me demoro, voy a hacer una tarea-, pero ninguno le creyó -Mami es de noche-le dijeron.
Mientras que yo tuve un poco más de inconvenientes, un tremendo dolor de cabeza intentaba entorpecer mi visita al templo del vallenato. Además, contaba con que algún alma caritativa de mi casa pudiera acercarme al lugar en horas de la noche, lo que yo no sabía es que no iba a encontrar tal muestra de caridad. Me armé entonces con algunos Sevedol y convencí a Diana para que nos encontráramos en San Pedro, estación del MIO, para llegar juntas al lugar, en un padrón que pasa justo en frente.
Finalmente, nos reunimos en la entrada de La Puerta Dorada y todas coincidimos en lo mismo ¡Era un chuzo, cuchitril, taberna o metedero clandestino! Dudamos en entrar -Mejor esperemos a Brayan- pensamos. Luego de un rato decidimos -mejor entremos, ya que-.
Al entrar descubrimos que la taberna cambia totalmente de aspecto, pues a primera vista parecía un motel, con una iluminación muy roja y cabinas en forma de U, lo que hace el lugar muy apropiado para parejas que quieren escapar y mantenerse en la clandestinidad, según nosotras.
Lo primero que hicimos fue elegir una mesa desde donde pudiéramos divisar muy bien el panorama, el mesero vino a tomarnos el pedido, pero le pedimos que regresara en un rato porque aun estábamos esperando a alguien más. Empezamos entonces con la sesión fotográfica, Daya y yo posábamos mientras Diana se encargaba de enfocarnos bien. Fotos aquí y allá, hasta que el mesero sintió desconfianza y empezó a perseguirnos. Entonces decidimos sentarnos.
Diana fue la primera en pedir un juguito mientras esperábamos y cuando finalmente llegó Brayan, decidimos pedir una jarra de cerveza, que debía durar todo el tiempo que permaneciéramos ahí. ¡Somos pobres estudiantes!
Empezamos a tomar cerveza y a apuntar todo lo que observábamos, más la lista de las canciones que iban sonando, cuaderno y lápiz en mano, con la iluminación que no ayudaba mucho, mientras Daya apuntaba, Brayan encendía la linterna de su celular para poder ver en pleno antro. Conversa va, conversa viene hasta que los vidrios volaron y la cerveza cayó como una brisa sobre los cuatro. Brayan no midió sus brazos, un vaso voló y cayendo sobre el suelo se hizo trisas. La primera reacción fue de nerviosismo, luego risa y finalmente pena porque había que decirle al mesero que viniera a recoger el reguero.
Por decisión unánime (a dedo), elegimos a Diana para avisar sobre la quebrazón, el mesero muy amablemente vino y limpió el desastre que habíamos causado, su atención fue muy cordial todo el tiempo. Ahora la preocupación que nos invadía era por cuánto nos iba a salir el chistecito, no teníamos tanto presupuesto para pagar el vaso de cristal. Diana, como siempre, intentó tranquilizarnos -Eso no es tan caro, por ahí $2.000 pesos- dijo.
Siendo más o menos las 9:30 pm había poca gente en el lugar, como doce en total. Nosotros estábamos sentados casi junto a la puerta y como notamos que era en el fondo donde había parejas bailando, decidimos ir hacia allá. ¡La noticia está en el fondo, cambiémonos de mesa! Éramos muy llamativos; reíamos a carcajadas y tomábamos demasiadas fotos, la gente empezaba a mirarnos raro, hasta el mesero mantenía pendiente de nuestros movimientos, por eso en la mesa del fondo nos sentimos más libres, parece que esa es la idea, pues era demasiado oscuro.
Al final del chuzo, en la mitad y afuera, hay televisores pantalla plana. Dos de ellos mostraban un partido de fútbol entre dos equipos nacionales que sinceramente no logramos identificar. Mientras que el del fondo, proyectaba vídeos que creíamos coincidían con la música, pero con el cambio de mesa, descubrimos que no era así. Sólo eran vídeos de vallenato puestos aleatoriamente.
Justo enfrente de nuestra nueva mesa, vimos a tres personas, una muchacha y dos señores, uno de camisa verde que se notaba bastante borracho y el otro de camisa roja. Todo parecía muy normal, hasta que la muchacha salió a bailar con el de rojo y empezó el amacice, decidimos grabarlos y disfrutar del espectáculo que ofrecían, a eso íbamos ¿no?
Al terminar la canción se besaron y el señor cogió camino hacia el baño. Ella se sentó y mientras el del baño regresaba, el de verde se acercó a besarla, la chica puso un poco de resistencia, pero al final se dejó alcanzar por un pequeño y rápido beso. Luego se sentaron los tres en la mesa, ella en el medio, claro.
¿Cómo se baila vallenato? Así...
Estallamos de risa, pues frente a nosotros había uno de esos que llaman el típico triángulo amoroso, tan perfecto y civilizado que habían salido juntos a escuchar vallenato. ¿Quién lo diría? El vallenato une hasta a esas relaciones que parecerían ser bastante complejas.
De pronto y sin que lo viéramos venir, el de verde se paró y se acercó a la mesa, estiró el brazo e invitó a Daya a bailar.
-Yo no bailo- le contestó ella.
Entonces la mano se desvió hacia mí, en ese instante pensé en negarme, pues es cierto que me gusta bailar, pero no en esas condiciones ni con un señor borracho.
-Todo sea por el trabajo- murmuré y salí a bailar.
Según Daya esa escena fue muy graciosa porque el señor de verde estaba muy tomado y ya habíamos observado lo pésimo que bailaba, era el mismo meneadito para todo tipo de música, pues aunque el género central era el vallenato, lo intercalan con otros géneros musicales como salsa, merengue, bachata y reggaetón.
Yo intentaba alejarlo de mi cuerpo mientras Daya filmaba e intentaba no morir de risa. Cuando el borracho se descuidaba, yo miraba a Diana con cara de cordero degollado y le hacía señas con la mano en la garganta de abortar la misión, pero todos sabían que mi sentido de responsabilidad es tal que me sacrificaría para obtener el vídeo y completar el trabajo. ¡Qué canción tan infinita!
Para los demás fue muy divertido ser espectadores de mi sufrimiento, para mí no tanto. No solamente tuve que aguantar el olor a aguardiente que transpiraba el señor, sino también su terrible forma de bailar. Pero eso no fue lo peor, en una parte de la canción, que recuerdo era el conocido merengue de Proyecto Uno, 25 horas al día, intentó amacizarme como lo hacía con su novia o ya ni sé lo que eran. Por supuesto yo me las ingenié para separarme de él y se me notaba que estaba rogando para que se acabara rápido ese baile. ¡Fue más eterno que un día con 25 horas!
Aquí la evidencia...
Después de ese bochornoso momento, Diana decidió irse, era entendible, pues no era su trabajo y ya había padecido bastante el vallenato. Quedamos los tres en la mesa, haciéndonos al ambiente, no había de otra. Sin embargo, ese sentimiento vallenatero se pega y cuando menos lo pensamos Brayan y Daya estaban cantando a grito herido, aprovechando que por primera vez en esas tres horas el vídeo y la música coincidían, además el vídeo traía la letra de la canción. Así que con la mano en el pecho, porque así se debe cantar, entonaron Entrégame tu amor de los Inquietos del vallenato. Hay otra forma de cantarlo claro, levantando las manos y haciendo puños con la cara de tragedia griega que no puede faltar, fue entonces cuando pasaron de observadores a amantes momentáneos del vallenato, hasta el grito típico les salió ¡Ay hombe!
Daya recordando que se la sabía...
En este caso se invirtieron los papeles, pues yo era la que filmaba, mientras intentaba que mi risa no estremeciera tanto mi cuerpo como para que el vídeo quedara corrido. No todo lo filmamos, pues al final de la visita y después de que el vallenato nos había invadido por completo, los tres terminamos cantando a grito herido, con todo el sentimiento que este género de música requiere.
No podíamos irnos sin superar el baile frustrado, así que aprovechamos el lapso en el que suenan otros géneros y al ritmo de La Noche del Joe Arroyo, Brayan y yo nos pusimos a tirar paso muy emocionados, además la cerveza ya casi llegaba a su fin. Cuando la jarra se terminó, tuvimos que salir antes de que el MIO que para justo enfrente del chuzo dejara de transitar.
Cuando íbamos saliendo del lugar, notamos que habían llegado más personas, pero no tantas como para llenarlo por completo, eran como unas veinte en total. Parecía como si algunas pasaran momentáneamente a tomar una cerveza y salieran rápidamente del sitio, otras, las que iban en pareja, si permanecían por más tiempo.
Pese a la oscuridad del sitio logramos apuntar las canciones en el cuaderno de Daya, mientras Bryan alumbraba con el celular. Este fue el resultado, entre los vallenatos: El cóndor herido, Oye bonita-Diomedes Díaz, Materialista- Silvestre Dangond y Nicky Jam, Después de ti-Pipe Peláez, No te olvidaré, Aunque intenten separarnos, Que te perdone-Jorge Celedon, Señora-Otto Serge, Bañarte en mis sueños-Binomio de Oro, Enséñame a olvidar-Los Infieles. También las de otros géneros: El bus-Yelsid, Ay vamos-J. Balvin, Ahora me toca a mí-Ray Sepulveda, Tú me quemas-Eddie Santiago, Eres ajena-Eddie Herrera, Zúmbalo- Los melódicos, hasta algo de bachata y música de cantina.
Al final de la noche, coincidimos en que no había sido tan terrible como lo habíamos imaginado desde el principio. El vallenato, declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en diciembre del año pasado, sí que tiene cosas interesantes. Su ritmo es muy pegajoso, sus letras muy sentimentales y desgarradoras, y hasta algunos son bailables. Es cierto que entre gustos no hay disgustos, pero nosotras salimos del templo del vallenato con una nueva visión sobre este género musical, porque terminamos cantando a grito herido algunas canciones. También nos dimos cuenta de que en nuestro inconsciente subyacen muchos trozos de sus letras y al escuchar la música algo floreció y terminamos pareciendo como las más amantes del género. Créanlo o no desde ese momento los vallenatos nos persiguen, suenan alrededor de nuestras casas, en los buses y hasta uno que otro mientras escuchamos la emisora, ya no le huimos, ahora podemos decir que lo escuchamos con gusto.
Nosotras cantando a grito herido...